Fundación FILBA

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Crónica del 7º Filba Nacional

Algo del Filba La Cumbre
Por María Luján Picabea

Lee Juan Forn, recuerda un ascensor, una biblioteca, libros, títulos, discos, bandas de música; avanza y retrocede por su camino lector y admite que tal vez es por ese camino, que tantas veces le han dicho que escribe como un yankie.

Lee Juan Forn en una sala repleta de gente. Lee Juan Forn más para La Cumbre, como reconocerá después, que para el auditorio. Lee y deja inaugurado el séptimo Festival Filba Nacional en La Cumbre, en Córdoba.

Claro que, en verdad, el Festival había empezado mucho antes, había empezado ya cuando se empezó a pensar en La Cumbre y en El paraíso como sedes del encuentro, cuando los nombres de los autores invitados comenzaron a alinearse en una grilla de excel. El Filba Nacional había empezado antes de esa tarde de abril, con Juan y su lectura. Había empezado en el encuentro de María Teresa Andruetto y Eugenia Almeida en Córdoba, en la clínica de escritura y autoedición de Damián Ríos, en las muchas formas de armarse un refugio que compartieron Remo Bianchedi, Camila Sosa Villada, Mario Castells y Eduardo Muslip.

El Filba Nacional había empezado también en las combis que llevaron a los autores desde el aeropuerto de Córdoba hasta la La Cumbre, por el camino del cuadrado. Allí donde Tununa Mercado le gritaba a Juan Sasturain que dejara el libro y mirara las sierras. “Voy a leer, Tununa”, decía Juan. Y Tununa insistía: “Mirá las sierras, Juan, mirá las sierras”. Esas sierras que son el escenario de sus veranos.

Lee Juan Forn y todos tienen licencia para descorchar. Se brinda, se conversa y se lee en el Filba Nacional, incluso bajo la lluvia, al cobijo de los nísperos en el jardín de la Sala Ocampo.

Resuenan pasos hasta tarde en los pasillo del Hotel Palace y temprano en la mañana ya circulan libros como café. Juan Forn prefiere té, una jarra de té que ofrece y comparte antes de salir para la sala Caraffa, donde se sentará a hablar sobre los riesgos de la escritura, a responder preguntas y afirmar que ha llegado el turno de las mujeres de tomar la palabra, retorcer la lengua y nombrarse.

Entonces, desde el público es Tununa quien pregunta, con ese modo de decir que es siempre una caricia, una invitación. Pide, Tununa, que Juan cuente cómo es volver a La Cumbre, a ese pueblo que es el pueblo de su infancia, de su adolescencia. Y Juan intenta sobrevolar el tema, pero se hunde en la nostalgia y llora. Lágrimas que ha guardado mucho tiempo y que se limpia con el mantel, con los puños de su sweater de hilo. Juan es un niño que llora, un hombre que llora y todos en la sala sienten eso que él siente, ese nudo de emoción que le obtura la garganta.

Las pastas del almuerzo ayudan a llevar el día y el frío. Se charla, se ríe, se hacen planes y se escribe en las mesas del Café Literario. Betina González comparte detalles de su visita al laberinto de Los Cocos con Martín Cristal, cuenta que llegaron demasiado temprano y lo encontraron cerrado, que hacía frío y que casi llovía, cuenta que un vecino les abrió una puerta donde pasar el rato…

Por la tarde, Almeida, Agustín Ducanto y Nelson Specchia comparten sus monstruos privados, María Teresa Andruetto llega a La Cumbre y va directo a visitar a los chicos de la Escuela Fiscal, antes de que termine la jornada. Es preciso ajustar los relojes, porque cada momento es preciado. Por las calles de La Cumbre cofradías de lectores van de una sala a otra, pasan por los cafés y se saludan en los quioscos, en las farmacias. Se conocen, se han visto, han compartido un mate, un criollito, han escuchado leer a Mario Castells, a Elena Anníbali, han visto a los alumnos de la escuela San Pablo leer en las vidrieras y pasarán, entrada la noche, por el Café Literario para regar con vino los versos de Cuqui, de Eloisa Oliva, de Damián Ríos. La performance de Camila Sosa Villada y la música de Marcos Bueno nos dejará a todos sin palabras, con la energía apretada en la punta de los dedos, con ganas de que la noche no termine.

Para que la noche no termine, para que no se escape esa sensación de vitalidad que sólo agitan las palabras, hay quienes caminan la llovizna en silencio, en soledad; otros se besan en las esquinas, se juntan en el lobby del hotel a compartir un té.

Juan Forn dice que esos breves intercambios, esos encuentros no acordados son los que más le gustan de los Festivales, las charlas de colegas, las bromas y esos universos de lectura que se ensanchan cuando uno trae un libro bajo el brazo.

El sábado se levanta temprano, se desperezan escritores, escrituras y docentes en la sala Caraffa, mientras en La casita de libros, Lucía Mancilla Prieto dibuja con tizas una bienvenida a los lectores más chicos, Luján Ramón invita a jugar con los duendes de las letras. Sin que parezca predecible sale el sol, al menos un rato.

Por la tarde, las nubes se apoyan en los techos de El Paraíso, la casa de Manuel Mujica Láinez donde se suceden las mesas de debate y lectura, los talleres para chicos y chicas. Andruetto, Castells y Silvio Mattoni dicen por lo bajo sus conjuros para manipular la lengua y la casa está viva y repleta de gente que viene y va por los jardines, entre los árboles, en la niebla que se instala como un oyente más, sin aguar la fiesta.

Agitados, sí, pero dispuestos y entusiastas llegan los grupos de lectores que andarán las diferentes estancias de la casa taller de Remo Bianchedi para asistir a relatos suicidas, cartas de despedida que Mattoni, Oliva y Mariano Quirós imaginaron para Barón Biza, Quiroga y Lugones. No sólo el frío entumece los músculos de quienes escuchan a Quirós repasar las muertes de los Lugones.

Tragos y lecturas a la carta cierran la jornada, la tercera del Festival. Una lista larga de nombres queda sobre la barra del bar, lo nombres de quienes esperaban la lectura de tarot de Cuqui.

El domingo, con las maletas listas, Leticia Obeid y Juan Sasturain leen en la siesta, a las puertas de las casas y sus gargantas se empeñan en ganarle a los ladridos de los perros. Todavía quedan encuentros, palabras, lecturas. Todavía faltan las bitácoras, textos bañados por la atmósfera serrana, escritos entre los pliegues del Festival, este Filba Nacional, que como bien había vaticinado Sasturain, sería una fiesta.




Video 7° Filba Nacional
Realización: Jimena Cháves / Producción: Virginia Giacosa / Postproducción: Patricio Mollar

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