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Congruencias en texto

Recorrido literario

Congruencias en texto

Por Juan Mattio

En un recorrido singular por la fotogalería FOLA, cuatro escritores leyeron un relato inspirado en obras de los fotógrafos Walker Evans, Jim Dow, Fernando Paillet y Guillermo Srodek-Hart que formaban parte de la exposición Congruencias

Me gustaría tomar como punto de partida un pensamiento de Walter Benjamin en Tesis de Filosofía de la historia, donde afirma que “articular históricamente el pasado no significa conocerlo tal y como verdaderamente fue. Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro”. Creo que la fotografía tiene la capacidad de capturar esos instantes y por eso nos inquieta y nos perturba. La fotografía nos enfrenta al abismo del tiempo.

Porque si la materia oscura con la que trabaja la literatura es el lenguaje, creo que es evidente que la materia inestable de la fotografía es el tiempo. Cuando me enfrento a estas tres imágenes, unidas de una forma muy frágil por el objeto en común que son las telas, lo primero que me pasa es que accedo al territorio de la nostalgia. ¿No les pasa a ustedes? Al reunir estas tres fotografías se arma un artefacto que puede compararse con una canción de Joy Division o un cuadro de Edward Hopper. Tres instantes de peligro que vienen a poner en evidencia nuestra fragilidad y, sobre todo, el inconmensurable pasado.

Todos sabemos las dificultades para acceder a la memoria, que es hija del tiempo, porque nadie recuerda lo quiere sino lo que puede. Como vengo de la literatura, tiendo a pensar el mundo desde esa perspectiva. Yo diría, entonces, que hay dos conflictos en la forma de representar la memoria.

Por un lado tenemos la escena de la magdalena donde el sabor de la galletita mojada en té trae consigo un recuerdo que habíamos perdido. El pasado, parece decirnos Proust, está acechando en el presente, mezclado entre nuestras cosas, en nuestras palabras, y puede asaltarnos sin previo aviso en cualquier desayuno. Esa falta de control es inquietante. Pero más me aterra que los objetos contengan fantasmas. Porque ¿Qué es un fantasma sino el retorno del pasado?

¿Quién es ese hombre detrás del mostrador? ¿A quiénes pertenecieron los trajes y vestidos que se acumulan en esa tintorería? ¿Dónde están los hombres y mujeres que fabricaron las telas que se exhiben sobre esa mesa? La fotografía es un arte espectral, una ciencia de aparecidos que logra hacer visible lo que está ausente.

El otro conflicto para representar la memoria es su fragilidad. Los recuerdos son fragmentos imprecisos, insuficientes, de un momento pasado que se comporta como totalidad. En esto Faulkner ha llegado más lejos que Proust. Su poética intenta narrar la fragmentación del pasado en multitud de escenas borrosas, que muchas veces están distribuidas en varios personajes. Así transforma su literatura en un concierto de voces contradictorias intentando reconstruir un mundo que ya no existe.

El relato que más me gusta de él se llama Todos los aviadores muertos y empieza describiendo unas fotografías. Anuda así el arte de narrar a las imágenes y dice: “Por eso se ha escrito este relato: una serie de cortas iluminaciones en las que, instantáneos y sin profundidad o perspectiva, fueron visibles el portento y el presagio de lo que la raza podía soportar y llegar a ser, en un instante entre tiniebla y tiniebla”.

La idea, como vemos, es contigua a la de Benjamin: escribir como forma de recuperar una serie de instantes, unas pocas huellas de lo que fue y ya no será y sin embargo es necesario retener. O al menos intentarlo. Creo que no muy lejos de esta sensación deben estar las personas que enfrentan el mundo cámara en mano y buscan salvar de la tiniebla unos pocos resplandores de esa masa compleja que llamamos realidad.

Memoria, fotografía y literatura todavía tienen otra intersección. Se trata de su doble condición, personal y política. Todo recuerdo es, al mismo tiempo, parte de la memoria colectiva. Toda imagen, toda palabra, pertenece a nuestro mundo privado y también narra una época que está muriendo, que se agota sin remedio.  

Por eso, tal vez, estamos en el territorio de la nostalgia que es una emoción ligada al extrañamiento sobre el tiempo. La nostalgia, podríamos decir, vuelve siniestro el paso del tiempo. El crítico inglés Mark Fisher hablaba de la “agencia de lo virtual”, para pensar cómo actúan las presencias de lo que ya no está en nuestras vidas cotidianas. Desde esta perspectiva la realidad sería más que el conjunto de lo existente. Sería también todo aquello que ya no es y todavía está en nosotros.

Benjamin dice en ese mismo texto con que inicié: el don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado por lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.

Creo que de ahí nace la condición onírica de la fotografía. Nuestros muertos hablan en ese lenguaje de la nostalgia. Nos reencontramos con ellos en los sueños, donde pasado y presente se invaden mutuamente y rompen por unos minutos la lógica lineal de nuestra experiencia. Encontrar una vieja fotografía es como tener un sueño.  

Y eso es todo. -Dice Faulkner- Eso es. El valor, la temeridad, désele el nombre que se quiera, es el relámpago, el instante de sublimación; luego, las viejas tinieblas nuevamente. Y si eso fuera estable, no podría ser un relámpago, un resplandor. Y por eso, siendo momentáneo, sólo puede ser preservado y prolongado sobre el papel; una imagen, unas pocas palabras escritas que algún fósforo, una llama minúscula e inocente que cualquier niño puede encender, es capaz de destruir en un instante. Una astilla de una pulgada de azufre en el extremo es más larga que la memoria o el dolor; una llama no más grande que una moneda de diez centavos es más fuerte que el valor o la desesperación.

Así de frágil somos. Y esa fragilidad, creo, es la que enfrentamos ante una fotografía.

Buenos Aires, Filba Internacional, 2018

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