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Canción de vacaciones

Melodía desencadenada

Canción de vacaciones

Por Carolina Sanín

Tres escritores y una cantante se animan a contar canciones. Haciendo el siempre difícil ejercicio de elegir “la” canción que no pueden dejar de bailar (o esa que arruina las fiestas), contarán qué les pasa con esas melodías y letras.

Tiene razón Simón Ganitsky en que, de las canciones que sonaron en las fiestas de fin de año, la mejor fue “Festival en Guararé”. Oí las canciones decembrinas desde mi casa, porque vivo en la ruta de las chivas rumberas, esos infiernos portátiles en los que encierran en diciembre a los empleados de las empresas para pasearlos por las calles que ya conocen, para que se mezan en los trancones que ya conocen y se sacudan con los baches de la calle y se mareen y beban aguardiente y lo vomiten mientras se aturden con las canciones que no saben si les gustan, y entonces sientan, no sé cómo, que su trabajo es menos alienante, o dejen de sentir que es alienante para que la alienación sea definitivamente efectiva: letal. 

No oí “Festival en Guararé” desde mi ventana sino en la carretera, llena también de baches y destrozada como tantas carreteras del país. Íbamos Pacho, Simón y yo por un páramo hacia un valle, por ese país nuestro que es deslumbrante y también es una cuadrícula horrible de alambres de púas, pues para eso somos bien cumplidos y precisos: desde el bordecito mismo de la carretera toda la tierra está cercada con postes de cemento y seis filas de alambre espinoso, no va y sea que a una bandida se le ocurra entrar un poquito en el bosque para ver cómo es el bosque, porque entonces se incurriría en una violación muy seria y se precipitaría el derrumbamiento de las instituciones nacionales, se promovería la falta de respeto, y sería la anarquía o el comunismo y la violencia y el horror. La próxima vez, ya lo juré, voy a llevar un cortafríos.

Simón es mucho más joven que Pacho y que yo, y por eso nunca había oído “Festival en Guararé”, no como nosotros, que la teníamos tan sabida que si sonaba no la oíamos para nada. Después de que la canción sonó en el radio en la nueva versión de Adriana Lucía, hablamos de ella por la carrera, durante un largo trecho, como si camináramos por ella ya que no podíamos caminar por el bosque siempre ajeno. La buscamos en Internet y la oímos otras veinte veces. La canción dice una sola cosa: “Vamos mi amorcito / que te llevaré / al decimoquinto / festival en Guararé”. Luego le da vuelta a la frase y repite: “En Guararé. / Decimoquinto festival /en Guararé”.  A veces después de un “Guararé” suena un punto y después del siguiente suena una coma que tal vez es un signo de interrogación, y eso nos hizo hablar de cómo la coma suena como un signo de interrogación y la mitad de las oraciones de la lengua son interrogativas aunque finjan ser afirmativas. Nos parecía orgullosa y cariñosa la corrección del “decimoquinto” en una canción popular, cuando popularmente se diría “quince”, y nos parecía una broma muy fina ese número ordinal fuera de contexto, que en la mente se nos aparecía en números romanos. 

Allí mismo en el carro, del que no podíamos bajarnos porque el paisaje en Colombia no es para andar por él (eso es de guerrilleros y descarados), averiguamos que Guararé no está en Colombia sino en Panamá, y que el festival de Guararé, que también se llama “Festival Nacional de la Mejorana” y es de música folclórica, se celebra desde 1949, de modo que para el decimoquinto ninguno de nosotros tres había nacido aunque en la canción se nos prometiera que se nos llevaría.

La canción era un anuncio sin contenido. Con el cambio en las modulaciones hacía un encantamiento que conducía a ese lugar que nombraba y que iba vaciando más y más de tanto nombrarlo. Era la invitación a una ocasión que ya había pasado y a la que, al mismo tiempo, nunca se llegaba. Era incumplida y reiterada promesa del pasado. Era una minuciosa demolición de su propio referente: por eso era tan buena. Era puro baile o pura meditación; retorno, interiorización disparada. Su énfasis, su reconcentración, era distracción. Señalaba un vacío y celebraba una contradicción.

“Festival en Guararé” no es solo pegadiza, sino que es el pegante mismo. Es la atracción, la guianza por un camino que ni se describe ni excita la fantasía. En su enunciación del futuro de un pasado es, pues, solo presente. Es la fiesta del despojo del acto de nombrar. En la versión de Adriana Lucía la canción se llena de brillos por el bombardino, por la voz ronca y alegre de ella, y por los aullidos de Alfredo Gutiérrez. Óiganla en sus paseos a través de la tierra comprada por otros y por las carreteras robadas de Colombia, y aprovechen que las canciones (también las panameñas) parecen lo único que puede ser de todos en un país donde todo tiene dueño.



Buenos Aires, Filba Internacional 2018

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